martes, 7 de agosto de 2012

La Montaña Mágica - Thomas Mann



Datos del libro:

Título: La Montaña Mágica

Título original: Der Zauberberg

Autor: Thomas Mann

Sinopsis: La acción de esta novela transcurre en un sanatorio de tuberculosos de Zauberberg, que recientemente ha sido noticia por su cierre, donde coinciden dos primos de caracteres muy distintos. Más que los sucesos, el conocimiento con Claudia Chauchat o con una pareja de peculiares y enfrentados pensadores, los pequeños conflictos generados por la convivencia, el goteo constante de fallecimientos, etc., el interés de la novela reside en la perfecta reproducción de la vida interior, afectiva e intelectual, de la amplia galería de personajes que despliega Mann ante los ojos del lector, todos ellos perfectamente individualizados e interesantes por sí mismos.


Datos de la edición que yo leí:

Editorial: Edhasa

ISBN: 9788435008914

Fecha de edición: 11/2005

Tamaño: 15x24 cm

Número de páginas: 938

Idioma: Español

Encuadernación: Tela

Precio: 40,50 euros


Período de lectura:

Empezado: 24 de febrero de 2011

Terminado: 21 de mayo de 2011


Una pequeña opinión personal:

La Montaña Mágica de Thomas Mann es un libro complejo que abarca muchos temas y se va extendiendo mucho más allá de lo que pareciera en un primer momento... se podría considerar casi como un microcosmos, donde se entrecruzan infinidad de personajes y situaciones, creando una suerte de telaraña literaria.

Es complejo, sí, requiere tiempo y paciencia para leerlo (a mí me llevó tres meses), así que es bueno tomarlo en un momento en el que se disponga del tiempo y de las ganas de darle esa oportunidad... que, desde luego, no nos arrepentiremos de dársela ya que es un cofre del tesoro en cuanto a reflexiones y citas que vale la pena anotar.


Nota

10/10


¿Vale la pena comprarlo?:

Desde luego que sí. Aunque en estos tiempos de crisis que corren la biblioteca es una opción muy buena para poder leerlo, este es uno de los pocos libros que merece la pena comprar cuando se tiene la posibilidad.


Citas:

Al igual que el tiempo, el espacio trae consigo el olvido; aunque lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad originaria; incluso del pedante y del burgués hace, de un solo golpe, una especie de vagabundo. El tiempo, según dicen, es Lete, el olvido; pero también el aire de la distancia es un bebedizo semejante, y si bien su efecto es menos radical, cierto es que es mucho más rápido.

Cuando recorremos un camino por primera vez, nos parece mucho más largo que cuando ya nos es conocido.

El tiempo no posee ninguna "realidad". Cuando nos parece largo es largo, y cuando nos parece corto es corto; pero nadie sabe lo largo o lo corto que es en realidad.

Un alma sin cuerpo es tan inhumana y espantosa como un cuerpo sin alma. Por cierto, lo primero es una rara excepción y lo segundo es el pan nuestro de cada día.

La conciencia del paso del tiempo, ante la monotonía ininterrumpida, corre el riesgo de perderse y está tan estrechamente emparentada y ligada a la conciencia de la vida que, cuando la una se debilita, es inevitable que la otra sufra también un considerable debilitamiento.

Se han difundido muchas teorías erróneas sobre la naturaleza del hastío. En general, se piensa que, cuando algo es nuevo e interesante, "hace pasar" el tiempo, es decir, lo abrevia, mientras que la monotonía y el vacío entorpecen su marcha y hacen que se estanque. No obstante, esto no es del todo exacto. Cierto es que la monotonía y el vacío pueden dar la sensación de estirar el momento, las horas, de manera que se "hagan largas" y aburridas; pero no es menos cierto que, en el caso de grandes o grandísimas extensiones de tiempo, lo que hacen es abreviarlas, neutralizarlas hasta reducirlas a algo nimio. A la inversa, un acontecimiento novedoso e interesante es sin duda capaz de hacer más corta y fugaz una hora e incluso un día, pero, considerando el conjunto, confiere al paso del tiempo una mayor amplitud, peso y solidez, de manera que los años ricos en acontecimientos transcurren con mayor lentitud que los años pobres, vacíos y carentes de peso, que el viento barre y que pasan volando. Lo que llamamos hastío, pues, es consecuencia de la enfermiza sensación de brevedad del tiempo provocada por la monotonía. Los grandes periodos de tiempo, cuando transcurren con una monotonía ininterrumpida, llegan a encongerse en una medida que espanta mortalmente al espíritu. Cuando un día es igual que los demás, es como si todos ellos no fueran más que un único día; y una monotonía total convertiría hasta la vida más larga en un soplo que, sin querer, se llevaría el viento. La costumbre hace que la conciencia del tiempo se adormezca o, mejor dicho, quede anulada, y si los años de la niñez son vividos lentamente y luego el resto de la vida se desarrolla cada vez más deprisa y se acelera, también se debe a la costumbre. Sabemos perfectamente que introducir cambios y nuevas costumbres es el único medio del que disponemos para mantenernos vivos, para refrescar nuestra percepción del tiempo, en definitiva, para rejuvenecer, refortalecer y ralentizar nuestra experiencia del tiempo y, con ello, renovar nuestra conciencia de la vida en general.

La música estructura el tiempo a través de un sistema de proporciones de una particular fuerza y así le da vida, alma y valor. La música saca al tiempo de la inercia, nos saca a nosotros de la inercia para que disfrutemos al máximo del tiempo... La música despierta..., y en ese sentido es moral. El arte es moral en la medida en que despierta a las personas. Pero ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando anestesia, adormece y obstaculiza la actividad y el progreso? La música también puede hacer eso, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes. Provoca el embotamiento de la razón, el estancamiento, el ocio, la pasividad... Les aseguro que la música encierra algo sospechoso. Sostengo que es de una naturaleza ambigua. Y no es ir demasiado lejos si la califico de políticamente sospechosa.

La camaradería del médico y el enfermo es, por supuesto, positiva, y hay quien piensa que sólo el que sufre puede ser guía y salvador de los que sufren. Pero ¿acaso puede ejercer un verdadero dominio espiritual sobre una fuerza quien se cuenta entre sus esclavos? ¿Puede proporcionar la liberación quien también está esclavizado? El médico enfermo no deja de ser una paradoja, un fenómeno problemático desde el punto de vista del sentir más inmediato. ¿Acaso la experiencia personal no confunde y enturbia su conocimiento intelectual de la enfermedad más que enriquecerlo y conferirle una mayor fuerza moral? No mira a la enfermedad cara a cara con la frialdad del adversario, se ve constreñido, no es totalmente imparcial y, con todas las precauciones convenientes, cabe preguntarse si quien forma parte del universo de los enfermos puede interesarse por el tratamiento o simplemente por la conservación de los demás en la misma medida y grado que un hombre sano.

El hombre despierto aventaja al soñador entontecido.

La vida es más divertida si se comparte.

Quien se acostumbra a formular críticas fácilmente acaba perdiendo el contacto con la vida, con la forma de vida para la que ha nacido.

El contacto prematuro y repetido con la muerte conduce a una mentalidad especial que nos hace sensibilizar ante la dureza y la crueldad de la vida ordinaria; y, digámoslo claro; también ante su cinismo.

La única manera sana y noble, es más, la única manera sensata y religiosa de contemplar la muerte es considerarla y sentirla como parte integrante, como la sagrada condición sine qua non de la vida, y no separarla de ella mediante alguna entelequia, no verla como su antítesis y, menos aún, tratar de resisitirse de manera antinatural, pues eso sería justo lo contrario de lo sano, noble, sensato y religioso. La muerte es digna de honores en tanto es la cuna de la vida, el seno materno de la renovación. Sin embargo, vista como la antítesis de la vida y separada de ella se convierte en un fantasma, en una máscara horrenda o en algo peor todavía. Porque la muerte entendida como fuerza espiritual independiente es una fuerza enteramente depravada; cuya perversa seducción sin duda es sinónimo del más espantoso extravío del espíritu humano.

"Dondequiera que fueres, haz lo que vieres", dice el refrán. Manifiesta muy poca educación el viajero que se burla de los usos y valores de los pueblos que le acogen, y las formas específicas de entender el honor son muchas y muy diversas.

Vería el interior de su propia tumba. Vería el futuro fruto de la descomposición, gracias al poder lo vería anticipadamente; vería la carne que formaba su cuerpo descompuesta, aniquilada, convertida en una niebla evanescente, y en medio de ella -esmeradamente cincelado- vería el esqueleto de su mano derecha, en torno a cuyo anular flotaba, negra y fea, la sortija heredada de su abuelo: duro objeto terrenal con el que el hombre adorna su cuerpo, abocado a descomponerse y a dejarlo otra vez libre para que otra carne pueda lucirlo durante otro lapso de tiempo.

El análisis es bueno como instrumento para la ilustración ly la civilización, es bueno en la medida en que destruye convicciones estúpidas, disipa prejuicios naturales y hace tambalearse los cimientos de la autoridad; en otros términos: es bueno en la medida en que libera, afina, humaniza y prepara a los siervos para la libertad. Es malo, muy malo, en la medida en que impide la acción, daña las raíces de la vida y es incapaz de darle una forma a esa vida. El análisis puede ser algo muy poco apetecible, tan poco apetecible como la muerte, de la que en realidad es parte... Está emparentado con la tumba y esa anatomía que la acompaña.

El tiempo, en realidad, no presenta ninguna cesura, no estalla una tormenta ni suenan las trompetas cada vez que se inicia un nuevo mes o un nuevo año, ni siquiera cuando se trata de un nuevo siglo; son los hombres quienes disparan cañonazos y tocan las campanas para celebrarlo.

Lo cotidiano se vuelve extraordinario cuando se desarrolla sobre una base fuera de lo ordinario.

Esperar significa adelantar acontecimientos; significa percibir el tiempo y el presente no como un don, sino como un obstáculo, negar y anular su valor propio y pasarlos por alto. Se dice que esperar siempre se hace largo. Pero también puede afirmarse que se hace muy corto -porque la espera consume grandes cantidades de tiempo sin que quien espera los viva o los aproveche en sí mismas. Se podría decir que quien no hace más que esperar es como un animal que traga y traga ingentes cantidades de comida sin asimilar sus sustancias nutritivas y beneficiosas. Se podría ir más lejos y decir que del mismo modo en que un alimento no digerido no hace al hombre más fuerte, el tiempo que consume esperando tampoco le hace más viejo.

Hay quien no se acostumbra nunca, pero uno se acostumbra a no acostumbrarse. Una singular forma de adaptación. Naturalmente, la juventud es capaz de todo. No se acostumbra, pero echa raíces.

El tiempo se vuelve cada vez más precioso. Carpe diem! El tiempo es un regalo de los dioses, entregado al hombre para que lo aproveche en aras del progreso de la humanidad.

Se deduce de la doctrina evolucionista de Darwin el principio filosófico de que la vocación natural más profunda de la humanidad es la de perfeccionarse a sí misma.

Y usted objetará: ¿para qué sirven las categorías, las clasificaciones y los sistemas? Y yo le contesto: la ordenación y el análisis sistemático constituyen el principio del dominio; el único enemigo temible es el que no conocemos.

Hay que sacar a la especie humana de los primitivos estadios de miedo y apatía resignada, hay que conducirla a una fase más activa de la conciencia. Hay que ilustrarla y hacerle ver que sufre las consecuencias cuyas causas se deben analizar, reconocer y, entonces, combatir; que casi todos los sufrimientos del individuo se remontan a enfermedades del organismo social.

¿Qué es el cuerpo? ¿Qués es la carne? ¿Qués es el cuerpo humano? ¿De qué se compone?

¿Qué es la vida? No se sabía. Sin duda tenía conciencia de ella, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era.

¿Qué era, pues, la vida? No era materia y tampoco era espíritu. Era algo entre las dos cosas, un fenómeno que se hace visible en la materia, como el arco iris en un salto de agua, o como la llama del fuego.

El abismo entrre la materia y la no-materia era igualmente difícil -mucho más difícil- de salvar que el que separaba la naturaleza orgánica de la inorgánica. Tenía que existir necesariamente una química de lo inmaterial, de las combinaciones inmateriales a partir de las cuales habría surgido la materia, de la misma manera en que los organismos habían nacido de las combinaciones inorgánicas; y los átomos vendrían a ser como los protozoos y las mónadas de la materia; elementos de una naturaleza casi material pero aún no material del todo. Ahora bien, llegados a "lo que ni siquiera es mínimo", toda medida se escapa; "lo que ni siquiera es mínimo" es casi lo mismo que "inmensamente grande", y descender hasta el nivel del átomo es -sin exagerar- como asomarse directamente al abismo. Porque en el momento de la última división de lo material, el universo astrónomico se abre de pronto ante nuestros ojos.

No obstante, cuando la última imagen de la última secuencia se desvaneció, volvió a hacerse la luz en la sala y el escenario de todas aquellas visiones se reveló como una simple pantalla en blanco, el público no pudo aplaudir. Allí no había nadie a quien agradecerle la brillante actuación, a quien hacer salir a escena a saludar con una gran ovaciónn. Los actores que se habían reunido para aquel espectáculo se habían esfumado desde hacía tiempo; no se habían visto más que las sombras de sus hazañas: los millones de imágenes y brevísimas instantáneas en que se habían descompuesto sus acciones para poder captarlas y reproducirlas después cuantas veces se quisiera a una velocidad vertiginosa que, como por arte de magia, las transformaría de nuevo en tiempo, en decurso. El silencio de la multitud después de aquella ilusión era un tanto apático, un tanto incómodo. Las manos que no podían aplaudir se encontraban impotentes ante la nada. La gente se frotaba los ojos, mirando fijamente hacia el vacío, sentía vergüenza con tanta luz y anhelaba volver a la oscuridad para mirar de nuevo, para ver de nuevo cómo aquellas cosas pasadas volvían a hacerse presentes desde el principio ilustradas por la música.

Si no existiese el tiempo no podría haber progreso, y el mundo no sería más que un cenagal sin vida, un agua pútrida y estancada.

¿Qué es el tiempo? Un misterio omnipotente y sin realidad propia. Es una condición del mundo de los fenómenos, un momivimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿acaso no habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¡Es inútil preguntar! ¿Es el tiempo una función del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? ¡Es inútil continuar preguntando! El tiempo es activo, posee una naturaleza verbal, es "productivo". ¿Y qué produce? Produce el cambio. El "ahora" no es el "entonces", el "aquí" no es el "allí", pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento. Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo e inmovilidad. El "entonces" se repite sin cesar en el "ahora", y el "allá" se repite en el "aquí". Y como, por otra parte, a pesar de los más desesperados esfuerzos, no se ha podido representar un tiempo finito ni un espacio limitado, se ha decidido "imaginar" que el tiempo y el espacio son eternos e infinitos, pensando -al parecer- que, dentro de la imposibilidad de hacerse una idea, esto es un poco más fácil. Sin embargo, al establecer el postulado de lo eterno y lo infinito, ¿no se destruye lógica y matemáticamente todo lo limitado y finito? ¿No queda todo reducido a cero? ¿Puede haber sucesión en lo eterno? ¿Puede haber coexistencia en lo finito? ¿Cómo armonizar esta "solución de compromiso" respecto a lo eterno y lo infinito con conceptos como distancia, movimiento y cambio... e incluso con la mera presencia de cuerpos limitados en el universo? ¡Es inútil preguntar!

En lo que se refiere al valle invernal, cubierto por una espesa capa de nieve, toda la respuesta que obtuvo de sus picachos, cumbres, laderas y bosques de color rojizo, verde o marrón fue un silencio eterno; y en ese silencio eterno rodeado del silencioso fluir del tiempo de los hombres permaneció, a veces resplandeciente bajo un límpido cielo azul, otras envuelto en un denso manto de niebla, otras teñido de púrpura a la caida del sol, otras convertido en mil reflejos de diamante bajo la magia de la luna... pero siempre nevado desde hacía seis meses, tan increíble como fugazmente transcurridos; y todos los habitantes del Berghof afirmaban que ya no podían ni ver la nieve, que les daba hasta asco, que ya habían tenido de sobra en el verano y que tanta masa de nieve a diario: montañas de nieve, paredes de nieve, colchones de nieve en todas partes, superaban a cualquiera y eran mortales para el ánimo y el espíritu. Y se ponían gafas con cristales de colores, verdes, amarillas o rojas, supuestamente para protegerse los ojos pero, en realidad, para proteger su corazón.

Los productos de un mundo espiritual y expresivo, siempre son feos de pura belleza y bellos de pura fealdad. Ésa es la regla. Se trata de una belleza espiritual, no de una belleza carnal, que es absolutamente estúpida. Por otra parte, tambiéns es una belleza abstracta. La belleza del cuerpo es abstracta. Sólo posee realidad la belleza interior, la belleza de la expresión religiosa.

La legitimidad de la teoría del conocimiento de la Iglesia, que puede resumirse con las palabras de San Agustín "Creo para poder conocer", es absolutamente indiscutible. La fe es el órgano del conocimiento, el intelecto es secundario. Su ciencia sin prejuicios es un mito. Siempre hay una fe, una concepción  del mundo, una idea; en resumen: siempre hay una voluntad, y lo que tiene que hacer la razón es interpretarla y demostrarla.

Es verdadero lo que es beneficioso para el hombre. En el hombre está comprendida la naturaleza entera, sólo él fue creado auténticamente en toda la naturaleza, y toda la naturaleza fue creada sólo para él. El hombre es la medida de todas las cosas y su felicidad es el criterio de la verdad. Un conocimiento teórico que careciese de referencia práctica a la idea de felicidad del hombre estaría tan sumamente desprovisto de interés que no se le podría conceder el varlo de ser verdadero y tendría que ser rechazado. Durante los siglos de hegemonía del cristianismo primó indiscutiblemente la idea de que las ciencias naturales sólo tenían relevancia alguna para el hombre. Lactancio, a quien Constantino el Grande escogió como preceptor de sus hijos, preguntó abiertamente qué felicidad le garantizaría a él el hecho de saber dónde están las fuentes del Nilo o de conocer las conjeturas que los físicos hacían sobre el cielo. ¡Respóndale usted a eso! Si la filosofía platónica se ha preferido a cualquier otra es porque no tenía por objeto el conocimiento de la naturaleza sino el conocimiento de Dios. Puedo asegurarle que la humanidad va en camino de volver a ese punto de vista y darse cuenta de que la misión de la verdadera ciencia no es perseguir descubrimientos inútiles, sino elmininar de base lo que resulta perjudicial o sencillamente insignificante para la idea, en una palabra: dar pruebas de instinto, mesura y buen criterio. Es pueril creer que la Iglesia a querido defender las tinieblas frente a la luz. La Iglesia ha hecho muy bien en condenar un afán de conocimiento de las cosas "sin prejuicios", es decir: un conocimiento que prescinde de las referencias a lo espiritual y del objetivo de alcanzar la felicidad; y lo que ha sumido y sume al hombre en las tinieblas es, por el contrario, esa ciencia natural "sin prejuicios" y apartada de la filosofía.

Las contradicciones pueden conciliarse. Sólo las mediocridades y las medias verdades son imposibles de conciliar.

Uno no hacía más que dar vueltas, se agotaba en el intento convencido de que servía de algún provecho, y en realidad describía un enorme círculo totalmente absurdo que se cerraba sobre sí mismo, igual que el ciclo del año con sus engañosas estaciones. Y así sucedía que uno caminaba y caminaba y no encontraba el camino de regreso jamás.

Dios mira el fondo de nuestro corazón, no le importa el rango ni la posición, todos estamos desnudos ante él, desde el general hasta el hombre sencillo.

No puedo dejar de pensar en los tarros de conserva que nuestra ama de llaves de Hamburgo guarda en la despensa, todas alineadas en las estanterías; tarros herméticamente cerrados con fruta, carne y de todo. Allí están durante meses y años, y cuando se abre uno, según las necesidades, el contenido está fresco e intacto; el paso de meses y años no influye en absoluto en la pureza del alimento, sigue fresco como el primer día. Cieto es que eso no es cuestión de alquimia ni de purificación, sino sencillamente de conservación; de aquí el nombre de conserva. Con todo, lo que hay de mágico en ello es que esa conserva escape al paso del tiempo; ha permanecido herméticamente cerrada al tiempo, el tiempo ha pasado de largo, pero no ha pasado por ella; la conserva ha permanecido fuera del tiempo, ahí sobre su estantería.

La risa es un destello del alma.

Nuestra muerte es más un asunto de los que habrán de sobrevivirnos que propiamente nuestro; pues un ingenioso sabio formuló una vez un pensamiento que tal vez no citemos con exactitud pero que es, en cualquier caso, absolutamente acertado y válido desde un punto de vista espiritual: "Mientras existimos nosotros, no existe la muerte, y, cuando existe la muerte, no existimos nosotros", por consiguiente, no hay ninguna relación entre la muerte y nosotros; la muerte es algo que no nos atañe absolutamente en nada, que todo lo más atañe al mundo y a la naturaleza, y por eso todos los seres la contemplan con gran tranquilidad, con indiferencia, con una inocencia egoísta y sin ninguna responsabilidad.

¡Oh, mar! Estamos lejos de ti mientras narramos, pero te dedicamos nuestros pensamientos y nuestro amor al evocarte y en voz alta para que estés presente en nuestra historia, como lo has estado siempre y como lo estarás siempre, en secreto. ¡Desierto arrullado por el mar, bajo el gris pálido del cielo, lleno de áspera humedad, cuyo sabor a sal perdura en nuestros labios! Caminamos por un suelo que se hunde ligeramente, salpicado de algas y pequeñas conchas, los oídos ensordecidos por el viento, ese viento grandioso, generoso y suave que recorre el espacio libremente, sin trabas ni rodeos, y que aturde dulcemente nuestra mente; caminamos, caminamos y vemos las lenguas de espuma del mar que avanza y se retira de nuevo y nos moja los pies. El oleaje hierve, luminoso y brusco, las olas se atropellan entre murmullos al romper en la orilla, aquí y allá y en los bancos de arena de alta mar; y ese fragor del mar confuso y cadencioso y omnipresenete cierra nuestros oídos a cualquier voz que venga de este mundo. Profunda satisfacción... Olvido consciente... ¡Cerramos los ojos al abrigo de la eternidad! No, ¡mira! Allá lejos, en la lontananza verde grisácea salpicada de espuma que se pierde en el horizonte haciéndose cada vez más pequeña se divisa una vela... ¿Allá lejos? ¿Qué significa "allá lejos"? ¿Cómo de lejos? ¿Cómo de cerca? No lo sabes. El vértigo te impide juzgarlo. Para decir a qué distancia está ese barco de la orilla tendrías que saber cuál es su tamaño. ¿Es pequeño y está cerca o es grande y está lejos? Nuestra mirada se pierde en la incertidumbre, pues no tenemos órganos ni sentidos que nos proporcionen referencias sobre el espacio... Caminamos, caminamos. ¿Desde cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Qué sabemos? Nada cambia a nuestro paso; el "allá lejos" es igual que el "aquí"; "ahora" igual que "antes" y que "después", el tiempo se ahoga en el monotonía infinita del espacio, el movimiento de un punto al otro ya no es movimiento... y donde no hay movimiento no hay tiempo.

Si la cordura ha marcado límites a la razón por medio de la crítica, en esa misma frontera ha izado la bandera de la vida, proclamando que es un deber casi militar del hombre el rendir sus servicios a tal bandera.

Un objeto que atañe al espíritu, es decir, un objeto que tiene un significado, es "significativo" precisamente porque remite más allá de sí mismo, porque es expresión y exponente de algo que tiene un alcance espiritual más universal, de todo un mundo de sentimientos e ideas que han hallado en él un símbolo más o menos perfecto, en función de lo cual se valora su grado de significación. Al mismo tiempo, el amor que se experimenta hacia tal objeto es, en sí mismo, "significativo". Nos informa sobre quien lo experimenta; define su relación con ese universal, con ese mundo que el objeto simboliza y que, consciente o inconscientemente, es amado a través de él.

En suma, ésta no es otra que la vieja discusión sobre si surgió antes la gallina o el huevo, este eterno interrogante tan extraordinariamente embrollado por la doble realidad de que no se puede imaginar un huevo que no fuera puesto por una gallina, ni una gallina que no naciera de un huevo.

Largos velos de neblina del mar a lo largo de la estrecha playa de la anchurosa bahía de una isla con una escarpada costa de dunas... Mirad cómo la verde inmensidad se disuelve en lo eterno, allá donde el sol de verano se resiste a ponerse, bajo un turbio velo de bruma carmesí y una luz lechosa, mortecina. No hay palabras para describir cómo y cuándo el inquieto reflejo plateado del agua se tornó resplandor de nácar, en un innombrable resplandor de piedra lunar irisado y blanco y de mil colores que lo inunda todo... Secretamente, como ha surgido, se desvanece la magia luminosa. El mar se duerme. Pero queda todavía el suave rastro de la muerte del sol. Hasta en lo más profundo de la noche no reinará oscuridad. Una claridad espectral reina en el bosque de pinos, sobre las dunas, y hace resplandecer la arena blanca de las profundidades como si fuese nieve. ¡Engañoso bosque de invierno sumido en el silencio, atravesado por el pesante vuelo de un búho! ¡Sé nuestro refugio! ¡Qué mullido está el suelo, qué suave y sublime la noche! Lentamente respira el mar allá abajo, murmura en sueños. ¿Deseas volver a verlo? Acércate a las pálidas laderas de nieve de las dunas y asciende por esa frescura blanda que se te mete en los zapatos. Ásperos son los matorrales que cubren la escarpada ladera hasta la laya rocosa, y los jirones del día que muere siguen flotando como fantasmas en el horizonte que se pierde... ¡Siéntante allá arriba, en la arena! ¡Qué frescor mortal, qué dulzura de seda, fina y blanca como harina! Resbala en tu mano, forma un delgado chorro incoloro y luego un montoncito en el suelo. Es la huida silenciosa a través del estrecho paso del reloj, del inmisericorde y frágil instrumento que orna la celda del eremita. Un libro abierto, una calavera, y en su ligero armazón, la doble burbuja de cristal por la que cae un poco de esa arena robada a la eternidad como tiempo que corre en secreto y con sagrado horror...

El regreso de un difunto -mejor dicho: desear que regrese- es algo muy complejo y delicado. En el fondo, y dicho abiertamente, es algo imposible de desear, es inviable; es un error, pues, bien pensado, el mero hecho de desearlo es tan imposible como la cosa misma, como se demostraría si la naturaleza hiciera posible lo imposible; y el dolor que sentimos ante la pérdida de un ser querido tal vez no es sólo dolor por la imposibilidad de que vuelva a la vida sino más bien porque ni siquiera nos es dado el desear que lo haga.

Un niño cree que las estrellas son agujeritos de la tela del cielo a través de las cuales traspasa la luz eterna.

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